Relatos del Absurdo |
Médicos en fuga
Por Relatos del Absurdo
Fecha: 22/03/2017
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El Estado forma
gratuitamente a profesionales que prefieren marcharse del Venezuela no solo
para buscar una mejor vida sino para escapar de la frustración de ver a sus
pacientes sufrir o morir
Por Valentina Oropeza para Relatos del Absurdo*
Mario camina
ensimismado por un pasillo del hospital público donde estudia Neurocirugía en
Caracas. Suda tanto que se detiene a limpiar los cristales de sus lentes cuando
una mujer lo aborda para pedirle un informe médico. Sin levantar la mirada, el
residente de 28 años de edad la escucha disparar una retahíla de explicaciones
hasta que se distrae. Son las cinco de la tarde y acaba de pasar cuatro horas
en quirófano. Rebusca en un bolsillo de la bata blanca y encuentra el almuerzo:
una galleta de chocolate. Luce cansado y afligido ese miércoles de octubre de
2016. Uno de sus pacientes murió el día anterior. Camina, saluda, opera, pero
no deja de pensar en eso.
Tenía 63 años de edad y
falleció después de sufrir un accidente cerebrovascular hemorrágico. “Le dio
porque no consiguió la pastilla para la hipertensión arterial. Cuando empezó a
sentirse mal, no tuvo dinero para pagar un médico privado así que esperó seis
meses por una cita con el especialista en el hospital. No se controló y ese fue
el resultado”.
El médico, que prefiere
mantener su identidad anónima para evitar represalias de sus superiores, ha
repasado el caso varias veces, de memoria y en voz alta, y siempre llega a la
misma conclusión: “Esa muerte se podía evitar”. El enfermo estaba caquéxico
–había perdido mucho peso y vitalidad– y Mario suponía que moriría pronto. A
pesar de ello, le propuso a los familiares hacer exámenes de control y lo
posible para prolongar su vida. Los parientes le pidieron que desistiera y le
dijeron que les salía “más barato” que falleciera; ya no tenían para comer,
menos aún para procesar otros estudios que debían hacer en laboratorios
privados porque el del hospital carecía de reactivos.
Extenuado por las
condiciones en las que vive y trabaja, Mario comenzó a tramitar sus documentos
para emigrar de Venezuela aunque le faltan tres años para culminar el posgrado.
Se encuentra frustrado porque la falta de insumos en el hospital le impide
salvar a sus pacientes, a quienes prescribe medicinas que no se consiguen en el
país; está cansado de cobrar un salario que no alcanza para sobrevivir
dignamente; se siente amenazado por los ataques de delincuentes que vulneran la
seguridad de los centros de salud y de grupos afines al gobierno que agreden a
los médicos cuando denuncian la gestión oficial.
Si cumple sus planes se
unirá al contingente de médicos venezolanos que se han marchado del país por
las mismas razones. Desde 2002 hasta agosto de 2016, emigraron aproximadamente
16.000 profesionales de acuerdo con los cálculos de la Federación Médica
Venezolana. Todos se formaron en universidades públicas gratuitamente, una
posibilidad excepcional en América Latina, donde la mayoría de las
instituciones que ofrecen la carrera son privadas y cobran matrículas elevadas.
La sanidad pública venezolana, sin embargo, se queda sin especialistas a falta
de incentivos y planes que permitan retener a los médicos.
La primera opción de
Mario es Chile: allí puede convalidar rápidamente el título profesional y
recibir mejores ofertas de trabajo. La segunda, Colombia; la tercera, Panamá; y
la cuarta, Ecuador.
En todos los destinos
hay colegas venezolanos que facilitarán la integración al nuevo entorno si
tiene que marcharse. Espera no sufrir en esos lugares la IMPOTENCIA que sintió
con el paciente que murió por el accidente cerebrovascular o con otro caso que
califica como “una vergüenza”. Fue el de un hombre que sangró cinco veces
mientras esperaba cupo quirúrgico para reparar un aneurisma. “Eso es una pelota
que aparece en un vaso importante del cerebro y se inflama hasta que se rompe y
queda sangrando”. Como el hospital no tenía insumos para hacer arteriografías
–radiografías de los vasos sanguíneos– no sabían dónde estaba la lesión. “La
probabilidad de morir en un primer sangrado es de cincuenta por ciento. La segunda
vez se incrementa a setenta por ciento. La tercera escala a noventa por ciento.
El cuarto sangrado ya no está registrado en los libros. ¡Imagínate lo que
aguantó!”.
El año pasado Mario
confiaba en que se realizaría un referéndum revocatorio presidencial y que la
situación comenzaría a cambiar. Pero una vez que el sistema judicial anuló la
consulta, Mario aceleró sus planes de marcharse. La oposición ha denunciado que
existe una crisis humanitaria – con 80 por ciento de escasez para productos
médicos quirúrgicos en hospitales públicos-, pero el gobierno lo niega. El
desabastecimiento se agravó desde que el petróleo, principal producto de
exportación del país, se vende por debajo de 40 dólares por barril.
Cálculos gremiales
indican que 16.000 doctores se han marchado de Venezuela en 15 años.
Los emigrados
Un sábado de mayo de
2009, en la madrugada, los acompañantes de un paciente que ingresó a la sala de
urgencias del Hospital General de Lídice, al noroeste de Caracas, amenazaron
con matar a doctores y enfermeros si no le salvaban la vida. La policía intervino,
se desató una balacera, y diez efectivos fueron heridos. Días antes, un
delincuente había ido a buscar a un médico para asesinarlo porque un “pana”
murió mientras lo intubaban. Los residentes se fueron a huelga y el único que
quedó en funciones fue el anestesiólogo e intensivista Moisés Peña.
El especialista estaba
acostumbrado a trabajar en circunstancias críticas. Durante los dos años que
cursó el posgrado de Terapia Intensiva no ganaba suficiente para pagar una
habitación, así que vivió en el quinto piso del hospital, una práctica tolerada
en algunos centros asistenciales pese a que no está oficialmente permitida. Su
primer sueldo lo recibió diez meses después de iniciar los estudios,
subsidiados por el Estado venezolano. Pero aquel tiroteo fue el detonante que
lo llevó a tomar la decisión de mudarse a Chile.
Tras haber pasado meses
lejos de su esposa y su hijo de seis años, espera reunirse con ellos pronto,
con todos los documentos en regla para iniciar una nueva vida en familia.
Devenga un sueldo de 3.500 dólares en un hospital de Viña del Mar, mientras sus
colegas en Venezuela ganan entre 60 y 12 dólares, si se calcula a la tasa
oficial más alta en el esquema cambiario o a la cotización en el mercado negro
para inicios de 2017. “Nadie emigra por placer o por la pura experiencia, uno
lo hace por necesidad. Me fui porque sentí que en Venezuela ya no podía vivir
decentemente”, comenta Peña en videoconferencia durante un descanso de la
guardia de domingo.
Oriundo de Maracaibo,
una ciudad que vive a casi 30 grados centígrados todo el año, a Peña ya no le
incomoda el invierno chileno ni la aprehensión que puede despertar por ser
inmigrante a sus 45 años de edad.
“Piensan que les vamos
a quitar los puestos de trabajo, pero si uno muestra educación y capacidad, te
aceptan”. Sabe que su experiencia ayuda a cubrir la carencia de profesionales
en el país suramericano, cuyo gobierno lanzó en octubre de 2015 la campaña
“Chile necesita más médicos y especialistas: Incorpórate al Sistema Público de
Salud”, y donde se requieren miles de dólares para graduarse como anestesiólogo
o intensivista. Más aún obtener ambos títulos.
La migración masiva de
médicos hacia países desarrollados es una tendencia global que compromete el
recurso humano especializado de los países en desarrollo, advierte G. Richard
Olds, presidente y director de la Universidad de Saint George en un artículo
publicado en octubre por el portal del Foro Económico Mundial. Ubicado en
Granada, una pequeña isla situada frente a Venezuela y que forma parte del
Reino Unido, este centro de estudios ALBERGA una de las escuelas de Medicina
más reconocidas del Caribe.
Pese a la masiva
migración de médicos, las promesas oficiales anuncian que en 2019 habrá 60 mil
médicos integrales comunitarios, formados bajo un diseño curricular inspirado
en el modelo sanitario cubano, focalizados en tratamientos preventivos y
comprometidos con una “medicina humanista para el servicio social humano”, en
palabras del Presidente Nicolás Maduro.
Desde un pabellón de
urgencias que opera sin aire acondicionado ni agua corriente cinco días a la
semana, cuatro residentes comentan que cada médico que renuncia y emigra es una
baja que no se reemplaza. Ello ha obligado a quienes se quedan a redoblar
esfuerzos y replantear prioridades: los casos más graves primero. Los demás,
cuando se pueda. Al menos dos de ellos están dispuestos a engavetar el
estetoscopio para servir café en algún país donde puedan comprar un vehículo
con sus ahorros o pasear a pie de noche, utopías cotidianas para quienes viven
con una inflación de tres dígitos y casi 18 mil homicidios anuales según la
Fiscalía.
Los médicos más
experimentados temen que las especialidades en los hospitales públicos
venezolanos queden desiertas con el paso del tiempo. “¿Quién me atenderá cuando
me enferme?”, se pregunta desolado Daniel Sánchez, jefe del posgrado de
Anestesia en el Hospital Vargas de Caracas, al ver que cada año se postulan
menos médicos para proseguir la carrera.
Oncología Médica,
Anatomía Patológica, Oftalmología, Cirugía Cardiovascular, Cirugía de Tórax o
Dermatología son algunos de los posgrados que ya no tienen alumnos en el
primero o segundo año, contaron residentes y jefes de servicios de cuatro
hospitales públicos en Caracas.
Convencido de que si
habla con nombre y apellido lo expulsan del posgrado, este estudiante de
Traumatología de 28 años de edad no quiere emigrar pero tampoco ve mejor
opción. “El sueldo no alcanza para pagar el alquiler, el mercado y una entrada
de cine al mes”. Con la primera quincena apenas cubre tres almuerzos en el
cafetín del hospital. Con la segunda abastece la nevera para 15 días. Su madre
paga el arrendamiento, los servicios y de vez en cuando le completa la
gasolina, que vale menos de un centavo de dólar por litro.
Aunque el Estado costeó
sus seis años de pregrado en una universidad pública, uno de rural, dos de
internado, uno de residencia asistencial y ahora los tres de posgrado, no
existe ninguna obligación legal que lo comprometa a retribuir esta inversión.
El dilema de irse o quedarse es estrictamente moral: ¿quién se quedará para
atender a sus pacientes?, ¿qué pensarán cuando sepan que se ha ido?
El compromiso con los
pacientes es la fuerza que aún motiva a muchos médicos a permanecer en el país.
Frente a otros colegas
que confiesan estar en la misma situación, este residente lamenta soñar con
marcharse de Venezuela. “Sé que no hubiese podido estudiar esta carrera en otro
país porque cuesta miles de dólares, pero ¿sabes qué da IMPOTENCIA? Que se te
mueran cinco pacientes en los brazos porque no tienes recursos para atenderlos.
Estoy a dos centavos de pedir en la calle”.
En 2016 su círculo de
amistades se redujo a los colegas de faena diaria: una decena de excompañeros
de clases se fueron a Chile, Brasil, Ecuador, México, Canadá, Estados Unidos,
España y Australia, unos con especializaciones completas, otros apenas con el
título de Medicina y sin haber cumplido la pasantía rural para ejercer
legalmente en Venezuela.
Reconoce avergonzado
que no tiene novia porque no podría “ni invitarle un helado”, y saca el
teléfono móvil de la bata blanca para mostrar un chat que respalda su
razonamiento: “Una de mis mejores amigas se acaba de ir y va a ganar 900 euros
como camarera. Apenas necesita 350 para vivir.
¿Cuándo voy a ganar eso
si me quedo aquí?”. Aunque no dispone de guantes, yeso, gasas, antisépticos,
alcohol e hilos de sutura, está decidido a culminar la especialidad en
Traumatología. “Por lo menos tenemos vendas, con eso resolvemos”, dice justo
antes de pedir que desalojen el área para ocuparse de un herido de bala que
acaba de llegar.
A finales de noviembre
de 2016, la detención del ginecólogo Gonzalo Müller prendió las alarmas del
gremio. El jefe de Ginecología y Obstetricia del Hospital Los Magallanes de
Catia, al oeste de Caracas, fue capturado por el Servicio Bolivariano de
Inteligencia Nacional tras recibir 40 cajas de insumos entregados por Lilian
Tintori, esposa del opositor preso Leopoldo López.
Aunque el especialista
fue liberado tres días después sin cargos judiciales, sus colegas escarmentaron
en cabeza ajena. Algunos reconocen que buscan donaciones para los centros
asistenciales donde trabajan, pero ahora lo hacen a escondidas y en silencio.
Otra residente matiza
que los robos, secuestros y homicidios, encabezan su lista de razones para
marcharse. Apenas termine la especialización se mudará a Nueva Zelanda, donde
no le exigen revalidar sus títulos y tendrá que ejercer en inglés. Ganará unos
200 mil dólares al año, según sus pesquisas preliminares. “Estoy cansada de
recibir insultos, golpes y todas las vejaciones que te pueda decir un familiar
llevado por la ira cuando no puedes atender al paciente porque no tienes
insumos”.
“Al menos no te ha
llegado nadie con una granada en el pantalón, como le pasó a los colegas del
Hospital Pérez Carreño”, ataja un médico que ya ha abierto tres gavetas de un
estante en busca de gasas. Abatida, la doctora suspira: “No veo la hora de irme
de Venezuela”
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