SINUHÉ,
EL EGIPCIO
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra
Sinuhé
, el egipcio (1945) del escritor finlandés Mika Waltari (1908-1979) es una de
las mejores y amenas maneras de conocer parte de la historia de la Antigüedad a
través de las peripecias, viajes (Babilonia, la Creta Minoica, entre los
hititas y otros pueblos vecinos) y ejercicio de la profesión de un médico,
Sinuhé, y su compañero Kaptah.
Se
hace un recorrido ficticio por el mandato de Akenatón( décimo faraón de la
dinastía XVIII de Egipto, 1353-1336 a. C), su dios sol (Amón) , el monoteísmo, la
mitología de algunos pueblos antiguos, las locuras del amor(Sinuhé ´pierde la
cabeza y sus propiedades por una mujer), el exilio, los embalsamamientos (Casas
de la muerte), la práctica médica (Casas de la vida) con descripciones de
enfermedades (epilepsía del faraón) y
tratamientos (trepanaciones).
En
algún momento Kaptah es coronado faraón por un día durante el cual gobierna y
toma decisiones tribunalicias, momento que recuerda a Sancho y su Barataria.
1
El
eterno retorno:
En
su maldad, el hombre es más cruel y más endurecido que el cocodrilo del río. Su
corazón es más duro que la piedra. Su vanidad, más ligera que el polvo de los
caminos. Sumérgelo en el río; una vez secas sus vestiduras será el mismo de
antes. Sumérgelo en el dolor y la decepción; cuando salga será el mismo de
antes. He visto muchos cataclismos en mi vida, pero todo está como antes y el
hombre no ha cambiado. Hay también gentes que dicen que lo que ocurre nunca es
semejante a lo que ocurrió; pero esto no son más que vanas palabras.
Yo,
Sinuhé, he visto a un hijo asesinar a su padre en la esquina de la calle. He
visto a los pobres levantarse contra los ricos, los dioses contra los dioses.
He
visto a un hombre que había bebido vino en copas de oro inclinarse sobre el río
para beber agua con la mano. Los que habían pesado el oro mendigaban por las
callejuelas, y sus mujeres, para procurar pan a sus hijos, se vendían por un
brazalete de cobre a negros pintarrajeados.
No
ha ocurrido, pues, nada nuevo ante mis ojos, pero todo lo que ha sucedido
acaecerá también en el porvenir. Lo mismo que el hombre no ha cambiado hasta
ahora, tampoco cambiará en el porvenir. Los que me sigan serán semejantes a los
que me han precedido. ¿Cómo podrían, pues, comprender mi ciencia? ¿Por qué
desearía yo que leyesen mis palabras?
2
La
vejez tiene cenizas en la garganta:
Muchacho,
goza de tu juventud,
porque
la vejez tiene ceniza en la garganta
y
el cuerpo embalsamado
no
se ríe en la sombra de su tumba.
3
Saber
es entrar al dolor.
4
El
rico no es el que posee oro y plata, sino el que se contenta con poco.
5
¿Nuestro
nombre marca nuestro destino?:
Pero
no era más que un producto de su imaginación infantil, y esperaba que sabría
huir de los peligros para evitar los fracasos. Por esto me llamó Sinuhé. Pero
los sacerdotes de Amón decían que era un presagio. Pero la idea de la buena
Kipa al bautizarme así no es más infantil que imaginarse que el nombre ejerce
alguna influencia sobre el destino del hombre. Mi suerte hubiera sido la misma
si me hubiese llamado Kepru, Kafrán o Mosé, estoy convencido.
6
Cada
cual busca en sus creencias un consuelo a las contrariedades y reveses de la
vida.
7
Al
aproximase la vejez, mi espíritu goza volando como un pájaro hacia los días de
mi infancia. En mi memoria mi infancia brilla con un resplandor como si
entonces todo hubiese sido mejor y más bello que ahora.
7
Sobre
el vino:
El
vino es un don de los dioses si se usa con moderación. Un vaso no hace daño a
nadie, dos hacen un charlatán, pero quien vacía la jarra entera se despierta en
el arroyo desnudo y lleno de contusiones.
8
Medicina:
Desde
mi infancia mi padre me permitió asistir a sus consultas. Me mostró sus
instrumentos, sus cuchillos y sus botes de medicinas, explicándome cómo utilizarlos.
Mientras examinaba a un enfermo, yo permanecía a su lado tendiéndole una taza
de agua, vendajes, ungüentos o vinos. Mi madre, como todas las mujeres, no
podía ver los abscesos y las heridas Y jamás aprobó mi infantil interés por las
enfermedades. Un chiquillo no comprende los dolores ni los sufrimientos hasta
haberlos experimentado. Abrir un absceso era para mí una operación apasionante
y hablaba con orgullo a los demás chiquillos de todo lo que había visto, para
suscitar su admiración. En cuanto llegaba un enfermo, seguía atentamente los
ademanes y preguntas de mi padre hasta el momento en que decía: «La enfermedad
es curable». O bien: «Voy a cuidarlo». Pero había también casos en que no creía
que pudiese sanar; en este caso escribía unas palabras sobre un trozo de papiro
y mandaba al enfermo a la Casa de la Vida, en el templo. Después lanzaba un
suspiro, movía la cabeza y exclamaba: «¡Pobre hombre!».
9
El
cráneo humano, sin hablar de la garganta y las orejas que requieren los cuidados
de un especialista, era a su juicio la cosa más difícil de aprender; por esto
lo había elegido.
10
El
trepanador real:
No
creáis una palabra, hijos míos —dijo mi padre—. Estoy orgulloso de mi amigo
Ptahor, trepanador real, que es el hombre más eminente en su ramo. ¿Cómo no
recordar sus maravillosas trepanaciones que salvaron la vida de tantos nobles y
villanos y suscitaron un asombro general? Expulsa los malos espíritus que
enloquecen a las gentes y extrae de los cerebros los huevos redondos de las
enfermedades. Sus clientes reconocidos lo han colmado de oro.
11
Importancia
de un médico:
Porque
nada, es más grande que un verdadero médico. Delante de él el faraón está
desnudo y el hombre más rico es igual que el más pobre.
12
Una
trepanación:
—Tengo
que probar la seguridad de mis manos —dijo Ptahor—.Empezaremos trepanando por
aquí dos cráneos a fin de ver cómo lo hago.
Tenía
los ojos cansados y sus manos temblaban un poco. Entramos en la sala de los
incurables, los paralíticos y los heridos en la cabeza. Ptahor examinó algunos
cráneos y eligió a un viejo para quien la muerte sería una liberación, y un
robusto esclavo que no podía hablar ni mover los miembros a causa de una herida
de piedra que había recibido durante una pelea. Se les dio un anestésico y
fueron llevados a la sala de operaciones. Ptahor limpió él mismo sus instrumentos
y los pasó por la llama.
Mi
tarea consistió en afeitar la cabeza de los dos enfermos. Después de esto
limpiamos la cabeza y la lavamos, untamos la piel con una pomada y Ptahor pudo
ponerse al trabajo. Comenzó por hendir el cuero cabelludo del viejo y separarlo
a los lados sin inquietarse ante la intensa hemorragia; después, con
movimientos rápidos, perforó el hueso desnudo haciendo un agujero con el
trépano y sacó un trozo de hueso. El viejo comenzó a jadear y su rostro se puso
de color violeta.
—No
veo ningún defecto en su cabeza —dijo Ptahor volviendo a colocar el hueso en su
sitio y vendando la cabeza después de haberla recosido. Después de lo cual el
viejo entregó su alma.
—Mi
mano tiembla un poco —dijo Ptahor—. ¿Alguien más joven que yo
iría
a buscarme una copa de vino? Entre los espectadores se encontraban, además de los
maestros de la Casa de la Vida, numerosos estudiantes que se preparaban para
ser trepanadores. Una vez hubo bebido su vino, Ptahor se ocupó del esclavo que,
sólidamente amarrado, lanzaba miradas enfurecidas, pese al estupefaciente que
había tomado. Ptahor ordenó que lo atasen más sólidamente todavía y que
colocasen su cabeza sobre un soporte especial a fin de que no pudiese moverse.
Cortó el cuero cabelludo y esta vez evitó cuidadosamente la hemorragia. Las
venas del borde de la herida fueron cauterizadas y la efusión de sangre fue
parada por medio de medicamentos. Esto fue el trabajo de los demás médicos,
porque Ptahor quería evitar cansarse las manos. En realidad, existía en la Casa
de la Vida un hombre inculto cuya sola presencia bastaba para detener al
instante una hemorragia, pero Ptahor quería hacer un curso y se reservaba el
hombre para el faraón. Después de haber limpiado el cráneo, Ptahor mostró a
todos los asistentes el sitio donde el hueso había sido hundido. Utilizando el
trépano, la sierra y las pinzas, levantó un trozo de hueso grande como la mano
y mostró a todo el mundo cómo la sangre coagulada se había adherido a los
pliegues blancos del cerebro. Con una prudencia extremada, retiró los coágulos
de sangre uno a uno y una esquirla de hueso que había penetrado en el cerebro.
La operación fue bastante larga, de manera que cada estudiante tuvo tiempo de
mirar bien y grabar en su memoria el aspecto exterior de un cerebro vivo. En
seguida Ptahor cerró el agujero con una placa de plata que se había preparado, entretanto,
con el modelo del hueso retirado y la fijó con pequeños garfios. Después de
haber recosido la piel del cráneo y cuidado la herida, dijo:
—Despertad
a este hombre.
En
efecto, casi había perdido el conocimiento. Se desató al esclavo, le vertieron
vino en la garganta y se le hizo respirar algunos medicamentos fuertes. Al cabo
de un instante se sentó y empezó a lanzar maldiciones. Era un milagro increíble
para el que no lo hubiese visto con sus propios ojos, porque antes de la
operación el hombre no podía hablar ni mover sus miembros. Esta vez no tuve que
preguntarme por qué, ya que Ptahor explicó que el hueso hundido y la sangre
vertida en el cerebro habían producido aquellos síntomas visibles.
—Si
no muere en el plazo de tres días podrá considerársele curado —dijo Ptahor—, y
dentro de dos semanas podrá darle una paliza al hombre que le fracturó el
cráneo. No creo que muera.
Después
dio las gracias a todos los que habían asistido y mencionó incluso mi nombre, a
pesar de que no hubiese hecho más que tenderle los instrumentos que necesitaba.
Pero yo no había adivinado su intención al encargarme esta tarea; al confiarme
su caja de ébano, me designaba para ser su ayudante en el palacio del faraón.
Durante dos operaciones yo le había tendido los instrumentos; era, por
consiguiente, un especialista que le haría mucho más servicio que cualquiera de
los médicos reales al asistirlo en una trepanación.
13
Un
ataque epiléptico:
Acabó
sentándose sobre la arena y con tono temeroso dijo: —Cógeme las manos, Sinuhé,
porque tiemblan y mi corazón late con fuerza. El instante se acerca, porque el
mundo está desierto y no hay en él más que tú y yo, pero no podrás seguirme
adonde voy. Y, sin embargo, no quiero quedarme solo.
Lo
cogí por las muñecas y sentí que todo su cuerpo temblaba y estaba cubierto de
un sudor frío. El mundo desierto a nuestro alrededor y a lo lejos un chacal
comenzó a aullar a la muerte. Las estrellas palidecían lentamente y todo el
ambiente se volvía gris como la muerte. Súbitamente el heredero liberó sus manos,
se levantó y volvió el rostro hacia las colinas de Levante.
—¡El
dios viene! —dijo en voz baja. Y su rostro adquirió una expresión enfermiza—.
¡El dios viene! —gritó en el desierto.
Y
la luz brotó alrededor de nosotros incendiando y dorando las montañas. El sol
se levantó y el muchacho lanzó un grito y se desvaneció. Pero sus miembros
se agitaban todavía, su boca se abrió y sus pies golpeaban la arena. Yo no
sentía miedo porque había oído ya estos gritos en la Casa de la Vida y sabía lo
que había que hacer. No tenía ningún trozo de madera que ponerle entre los
dientes, pero desgarré mi delantal y se lo metí en la boca; después le hice
masaje en los miembros. Sabía que se sentiría enfermo y confuso al recobrar
el conocimiento y miraba a mi alrededor en busca de ayuda. Pero Tebas estaba
lejos y no veía la menor cabaña por los alrededores. En el mismo instante un
halcón voló cerca de mí lanzando gritos. Parecía salir directamente de los
rayos brillantes del sol y describió un gran círculo alrededor de nosotros.
Después descendió como si hubiese querido posarse sobre la cabeza del heredero.
Me sentí tan sobrecogido que hice instintivamente el signo sagrado de Amón.
Acaso el príncipe hubiese pensado en Horus al hablarme de su dios y éste se nos
aparecía bajo la forma de un halcón. El heredero gemía y yo me incliné para
cuidarle. Cuando volví a levantar la cabeza vi que el pájaro se había
transformado en un hombre joven que estaba de pie delante de mí, bello como un
dios bajo los rayos del sol. Llevaba una lanza en la mano y sobre el hombro la
tosca ropa de los pobres. Yo no creía realmente en los dioses, pero por si
acaso me prosterné delante de él.
—¿Qué
ocurre? —preguntó en el dialecto del bajo país, mostrándome al heredero—. ¿Está
enfermo?
Yo
sentí vergüenza y me puse de rodillas saludándolo.
—Si
eres un bandido tu botín será mezquino, pero este muchacho está enfermo y los
dioses te bendecirán quizá si nos prestas ayuda.
Lanzó
un grito violento y en el acto un halcón bajó del cielo posándose sobre su
hombro. Yo me dije que era mejor ser prudente por si acaso era un dios, aun
cuando fuese un dios menor. Por esto le hablé cortésmente y le pregunté quién
era, de dónde venía y adónde iba.
—Soy
Horemheb, hijo del halcón —dijo con orgullo—. Mis padres son simples
fabricantes de quesos, pero me han predicho desde mi nacimiento que mandaría a
muchos hombres. El halcón volaba delante de mí, por esto he venido aquí no
habiendo encontrado albergue en la villa. Los habitantes de Tebas temen la
lanza después de la caída de la noche. Pero me propongo alistarme como soldado,
porque dicen que el faraón está enfermo y necesitará brazos sólidos para
protegerle.
Su
cuerpo era bello como el de un león joven y su mirada penetrante como una
flecha alada. Pensé con cierta envidia en que más de una mujer le diría:
«Bello
muchacho, ¿quieres divertir mi soledad?».
El
heredero del trono lanzó un gemido, se pasó la mano por el rostro y movió los
pies. Le quité la mordaza de la boca y hubiera querido tener agua para darle.
Horemheb lo observaba todo con curiosidad y preguntó fríamente:—¿Va a morir?
—No,
no morirá —dije yo con impaciencia—. Sufre del mal sagrado.
14
El
amor de las mujeres y los gatos:
Podrás
pronto tocar mis miembros y poner tu mano sobre mi pecho si esto puede
calmarte, pero debes antes escucharme y saber que la mujer es como el gato y la
pasión es como un gato también. Sus patas son dulces, pero ocultan unas garras
aceradas que penetran sin piedad hasta el corazón. Verdaderamente, la mujer es
como el gato, porque también el gato goza atormentando a su víctima y
haciéndola sufrir con sus garras, sin cansarse jamás de este juego. Una vez
paralizada su víctima, la devora y busca otra. Te cuento esto para ser franca
contigo, porque no quisiera hacerte daño. No, en verdad, no quisiera hacerte el
menor daño —repitió.
15
Medicina
en siria:
Al
decir que en Siria todo ocurre de forma distinta que, en Egipto, entiendo
también que el médico debe ir él mismo en busca del enfermo y que éstos no llaman
al médico, sino que toman el que va a su casa, porque imaginan que ha sido
llamado por los dioses. Dan el regalo al médico antes y no después de la curación,
lo cual es favorable a los médicos, porque un enfermo curado olvida el
reconocimiento. Es también costumbre que los nobles y los ricos tengan un médico
titular a quien hacen regalos mientras gozan de buena salud, pero una vez
enfermos no le dan nada hasta que están curados.
0-0-0
Me
decidió también a ir a ver los mejores médicos de Simyra y decirles:
-Soy
el médico egipcio Sinuhé, a quien el faraón ha dado el nombre de «El que es
solitario», y gozo de gran reputación en mi país. Despierto a los muertos doy
vista a los ciegos si mi dios lo quiere, porque llevo en mi bagaje un dios muy
poderoso. Pero la ciencia no es la misma por todas partes ni las enfermedades
tampoco. Por esto he venido a vuestra villa para estudiar las enfermedades y
curarlas, y aprovecharme de vuestra ciencia y vuestro saber. No es mi intención
entorpeceros en la práctica de vuestra profesión, porque, ¿quién soy yo para
rivalizar con vosotros? El oro es como el polvo para mis pies, y así os
propongo que me mandéis a los enfermos que hayan incurrido en la cólera de
vuestros dioses y por esta razón vosotros no podéis curar, y sobre todo
aquellos que necesiten la intervención del cuchillo, que vosotros no empleáis,
a fin de que vea si mi dios puede curarlos. Si lo consigo os daré la mitad del
regalo que reciba, porque en realidad no he venido aquí a amasar oro, sino
saber. Y si no los curo, no querré recibir regalo alguno.
0-0-0
Eres
ciertamente joven, pero tu dios te ha concedido la cordura, porque tus palabras
son agradables a mis oídos, sobre todo lo que dices respecto al oro y los
regalos. Tu proposición respecto a las operaciones con el cuchillo nos conviene
también, porque al cuidar un enfermo no recurrimos nunca al cuchillo, porque un
enfermo tratado de esta forma muere más seguramente que si no ha sido operado.
Lo único que te pedimos es que no cures a la gente por magia, porque nuestra
magia es muy poderosa y en este terreno la concurrencia es ya muy exagerada en
Siria y otras villas del litoral.
0-0-0
Lo
que decían de la magia era verdad, porque por las calles circulaban gran número
de hombres ignorantes que no sabían escribir y prometían curar a los enfermos
por medio de la magia y vivían opulentamente a costa de los crédulos hasta que
sus clientes se morían o estaban curados. También sobre este punto diferían de
Egipto, donde, como todo el mundo sabe, la magia no se practica más que en los
templos, por medio de los sacerdotes de grado superior, de manera que todos los
demás que curan deben trabajar en secreto y bajo la amenaza de un severo
castigo.
El
resultado fue que vi acudir a mí enfermos que los demás médicos no habían
podido curar y yo los sanaba, pero a los incurables volvía a mandarlos a los
médicos de Simyra. Iba a buscar el fuego sagrado al templo de Amón para
purificarme según está mandado y en seguida me arriesgaba a utilizar el cuchillo
y realizar operaciones que maravillaban a mis colegas de Simyra.
Tratamiento
de cataratas:
Conseguí
también devolver la vista a un ciego que había sido tratado en vano por los
médicos y los hechiceros con un bálsamo hecho con saliva y polvo. Pero yo lo
curé con una aguja, a la moda egipcia, y este caso me valió una inmensa
reputación, pese a que el enfermo perdiese la vista poco después, porque estas
curaciones son de corta duración.
Obesidad
y otras enfermedades:
Los
mercaderes y los ricos de Simyra llevan una existencia de pereza y de lujo y
son más gordos que los egipcios, pero sufren de asma y dolor de estómago. Yo
los trataba con el cuchillo de manera que su sangre corría como la de un cerdo
cebado, y cuando mi provisión de medicamentos tocó a su fin me felicité por
haber aprendido a recoger las hierbas medicinales los días propicios según la
luna y las estrellas, porque sobre este punto el saber de los médicos sirios
era tan insuficiente que no me fiaba de sus remedios. A la gente obesa les daba
drogas que calmaban sus dolores de estómago y les evitaba sofocarse. Les vendía
estos remedios muy caros, a cada cual, según su fortuna, y no tuve conflicto
con nadie porque hacía regalos a los médicos.
16
Sólo
los dioses curan las heridas de la cabeza.
17
Un
poema al dios del sol:
Tu
aparición es bella en el horizonte del cielo
¡oh,
vivo Atón, príncipe de vida!
Cuando
te levantas en el horizonte oriental del cielo,
llenas
los países con tu beldad,
porque
eres bello, grande, resplandeciente,
elevado
sobre la tierra. Tus rayos envuelven los países
y
cuanto has creado.
Los
encadenas con tu amor;
aunque
estés alejado,
tus
rayos caen sobre la tierra;
aunque
residas en el cielo,
las
huellas de tus pasos son el día.
18
La
medicina en Mitanni*:
Su
medicina estaba también a un alto nivel y sus médicos eran hábiles; conocían su
profesión y sabían muchas cosas que yo ignoraba. Así fue como me dieron un
vermífugo que causaba menos dolores y menos inconvenientes que los otros que yo
conocía. Sabían también devolver la vista a los ciegos con las agujas y yo les
enseñé a manejarlas mejor. Pero ignoraban completamente la trepanación y no
creían lo que yo les decía; pretendían que sólo los dioses podían curar las
heridas de la cabeza, y si los dioses las curan, los enfermos no recobran nunca
su estado anterior, de manera que era mejor que se muriesen.
*
Mitanni
o Mitani fue el nombre de un antiguo reino ubicado en el norte de la actual
Siria, también conocido como Naharina. Se puede considerar que el reino Mitanni
existe desde antes del 1500 a. C
19
El
dolor de muelas del rey de Babilonia:
Entonces
el anciano se lamentó y, golpeando el suelo con su frente, dijo:
—Oh,
dueño de los cuatro continentes, lo hemos hecho todo para curarte y hemos
sacrificado mandíbulas y barbillas en el templo para expulsar el diablo que se
ha ocultado en el fondo de tu boca; hemos hecho redoblar el tambor y sonar las
trompetas y hemos danzado con vestiduras rojas para exorcizar al demonio, y no
hemos podido hacer nada más para curarte, porque no nos has permitido tocar tu
barbilla sagrada. Y no creo que este cochino extranjero sea más competente que
nosotros.
Pero
yo dije:
—Soy
Sinuhé el egipcio, el que es solitario, el Hijo de Onagro, y no tengo que
examinarte para ver que uno de tus molares ha infectado tu boca, porque no te
lo has limpiado o hecho arrancar, según los consejos de tus médicos. Esta es
una enfermedad de niños y perezosos, y no digna del dueño de los cuatro
continentes, delante del cual los pueblos tiemblan y, por lo que veo, el león
inclina la cabeza. Pero sé que tu dolor es grande y por esto quiero ayudarte.
El
rey conservaba la mano sobre la mejilla y dijo:
—Tus
palabras son osadas, y si estuviese en buena salud te haría arrancar la lengua
de la boca desvergonzada y reventar el estómago, pero no es ahora el momento;
date prisa en curarme y mi recompensa será grande. Pero si me haces daño te
haré matar en el acto.
—Tengo
menos dolor; no te acerques a mí con tus pinzas y tus cuchillos.
Pero
mi voluntad era más fuerte que la suya y le hice abrir la boca manteniendo
sólidamente su cabeza bajo mi brazo y pinché el absceso con un cuchillo
purificado a la llama del fuego traído por Kaptah. No era, en realidad, el
fuego sagrado de Amón, porque Kaptah lo había dejado apagar por descuido
durante el viaje por el río, pero había vuelto a encender otro en presencia del
escarabajo, y en su locura lo creía tan poderoso como el de Amón.
Tus
dolores han desaparecido, pero seguramente volverás a tenerlos si no te haces
arrancar la muela que los causa. Por eso debes ordenar a tu dentista que te la
arranque así haya desaparecido la hinchazón de tu mejilla.
17
Faraón
de pacotilla:
En
el libro seis cuando el ayudante de Sinuhé ,Kaptah, es elegido rey en Babilonia
por un día nos recuerda al episodio de Sancho y su gobierno en Barataria,
específicamente cuando administró justicia:
Los
acólitos del faraón agarraron a Kaptah y poniéndole los hábitos reales le
forzaron a tomar los emblemas del poder y lo instalaron en el trono y,
postrándose delante de él, besaron el suelo a sus pies. El primero en
arrastrarse hacia él fue Burraburiash, desnudo como un gusano, que gritó:
-—Queremos
ver la prudencia del rey para estar seguros de que es realmente nuestro rey y
que conoce las leyes. Así fue como Kaptah fue izado en el trono de la justicia
y le pusieron en la mano los emblemas, el látigo y las esposas y se invitó al
pueblo a presentarse y exponer sus asuntos al rey. El primero que se arrojó a
los pies de Kaptah fue un hombre que había desgarrado sus vestiduras y se había
derramado ceniza sobre los cabellos. Se postró llorando y gritando a los pies
de Kaptah y dijo:
—Nadie
tiene la sabiduría de nuestro rey, dueño de los cuatro continentes. Por esto
invoco su justicia y he aquí el asunto que me trae. Tengo una mujer que tomé
hace cuatro años y no tenemos hijos, pero ahora está embarazada. Ayer me enteré
de que mi mujer me engañaba con un soldado; los he sorprendido en flagrante
delito…
0-0-0
—Cada
año se elige este día al hombre más bestia de Babilonia y puede reinar todo un
día desde el alba hasta la puesta del sol y con todo el poderío del rey, y el
rey ha de obedecerle. Y jamás he visto a un rey más divertido que Kaptah, a
quien he designado yo mismo a causa de su comicidad.
Nota
: Cuando trabajé en las brigadas estudiantiles en Siberia se celebraba el día
del Constructor. En ese día estaba permitido un “golpe de estado” y se elegía
un rey de los estudiantes por un día. En realidad, era una comedia, una parodia
para relajarse, reír y beber. ¿Tendrá sus orígenes esta bufonada teatral
estudiantil en los pueblos de la Antigüedad?
18
Hepatoscopia:
-Al
cabo de dos semanas encontré en la torre de Marduk a los médicos reales y
sacrificamos juntos un cordero, del que los médicos examinaron el hígado para
leer los presagios, porque en Babilonia los sacerdotes leen en el hígado de las
víctimas y hallan en él cosas que la demás gente ignora.
-Estudié
también el hígado de los corderos y tomé nota asimismo de los informes que me
dieron los sacerdotes de Marduk sobre el vuelo de los pájaros, a fin de poder
sacar de ellos las enseñanzas durante mis viajes. Consagré también mucho tiempo
a hacerles verter aceite sobre el agua y explicarme las imágenes que se
formaban en la superficie, pero este arte me
inspiró
menos confianza, porque los dibujos eran siempre diferentes y para explicarlos
no era necesaria mucha ciencia, sino especialmente mucha ligereza de lengua.
19
Otro
ataque epiléptico de Akenatón:
Pero
el faraón se tapó el rostro con las manos y tembló de miedo, y les habló de
Atón. Y entonces se burlaron de él y lo injuriaron diciéndole:
—Ya
sabemos que has mandado una cruz de vida a nuestros enemigos. Han prendido esta
cruz del pecho de sus caballos y en Jerusalén han cortado los pies de tus
sacerdotes y los han hecho bailar así en honor a tu dios. Entonces Akenatón lanzó
un grito terrible y el mal sagrado se apoderó de él y rodó por la
terraza perdiendo el conocimiento.
20
Los
deseos:
El
hombre debería reflexionar sobre los votos que emite en voz alta, porque los deseos
así formulados tienen una enojosa tendencia a realizarse, y se realizan muy
fácilmente si tienden al mal de nuestro prójimo. Cuando se desea algún mal a
alguien, este deseo se realiza mucho más fácilmente que si se le desea bien.
21
La
vida y la muerte:
El
viaje hasta Menfis fue pesado y yo permanecía echado sobre cubierta, mientras
las oriflamas del faraón flotaban sobre mi cabeza y yo veía los cañaverales del
río y los ánades y me decía: «¿Acaso todo esto vale la pena de ser visto y vivido?».
Y decía también: «El sol es ardiente y las moscas pican y la alegría humana es
mínima al lado de las penas. El ojo se cansa de ver, los ruidos y las vanas
palabras fatigan el oído, y el corazón sueña demasiado para ser feliz». Así
calmaba mi corazón durante el viaje y comí los buenos platos preparados por el
cocinero real y bebí vino, y al final la muerte no era más que un viejo amigo
sin nada espantoso, mientras la vida era peor que la muerte, con todos sus tormentos, y la vida era como
una ceniza caliente y la muerte como una onda fresca.
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